lunes, 10 de diciembre de 2007

El Cáncer de la apatía


Por Isaac López


Pedro se despierta cada mañana muy temprano dispuesto a enfrentar todos los retos y las labores de su día a día. En su humilde barrio, pasadas las nueve y las diez de la noche, es toda una osadía salir a la calle, así sea para comprar alimentos o medicamentos debido a la inseguridad que cada vez es mayor en esa zona. Para Pedro, San Agustín se ha vuelto cada vez más irreconocible. Los rostros amables y sinceros de antaño ya sólo son parte del recuerdo de esta popular parroquia caraqueña.


Su vida se inicia muy de mañana, cuando apenas despunta en el este los primeros rayos del sol. Trata de caminar rápido pero a la vez sigiloso, para no despertar el sueño de los perros y vagabundos que merodean las calles en busca de alguna limosna y comida. A su paso, observa con frialdad como algunos mendigos le piden pan. En la siguiente cuadra, observa como en la esquina de enfrente dos sujetos visiblemente presos de los efectos del alcohol, se dejan llevar por sus emociones y tras una acalorada discusión, uno de ellos, desenfunda un arma y sin mediar más palabras, dispara contra aquel con a quien hasta hace pocos minutos discutía una banalidad.

Lo que pudiera parecer increíble, - si es que lo anterior no lo fue – es que a pocos metros de el hecho se encontraba un puesto policial de la parroquia. En frente de esta oficina policial deslumbran varias motocicletas de este cuerpo de vigilancia estatal, y sólo esos vehículos y alguno que otro perro callejero que se encontraba por allí, han sido los testigos de este crimen, del cual Pedro prefiere sólo seguir y hacer cómo si nada hubiese pasado.


Faltando pocas cuadras para que Pedro llegue a la estación del Metro, que lo llevará finalmente a su trabajo, decide adquirir un ejemplar del periódico matutino de su preferencia. El titular a dos renglones que anuncia la fatídica cifra de 120 fallecidos a manos de la delincuencia en el más reciente fin de semana en el país, no es motivo de alarma para Pedro. Él estaba seguro en sus collares, en la foto del santo que guardaba en su cartera y en un ejemplar del Nuevo Testamento que guardaba en su bolso. Sin embargo, poco a poco muchos de esos objetos se han ido quedando en su casa, olvidados y resignados a su antigua devoción, que para Pedro, ya no es la misma. Sólo guarda en un rincón de su cuarto, el Nuevo testamento, lleno de polvo y telarañas, el cual es un fiel recuerdo a pesar de su estado de su antigua fe y preocupación por saber si algún día regresaría a casa sano y salvo.


La escena anterior no está sacada de una película de ficción, ni de un posible escenario de una raza humana en siglos futuros. No, lo más lamentable de esta escena, no es siquiera la terrible situación de inseguridad que se describe en la localidad de Pedro, sino el grado de apatía que reina en su vida, y lo más grave aún, es que esa condición se repite en muchos de los venezolanos. La situación se ha ido agravando con el correr del tiempo, generando un desinterés y una apatía tal, que poco a poco va mermando algunos sectores de la sociedad, hasta convertir la moral, los valores y los principios en actos vanales, lo que produce como consecuencia más desigualdades y una delincuencia galopante.


Al respecto, muchos filósofos y especialistas en la materia han aportado su punto de vista. Especialmente, Hanna Arendt, la cual con su obra “La Vanalidad del mal “, describe como uno de los jerarcas nazis recibía ordenes para matar y torturar a los judíos, y éste las ejecutaba sin pudor alguno. Por otro lado, la autora se plantea el hecho de qué cómo puede existir tal grado de indiferencia y apatía hacia el sufrimiento y la injusticia, si se tiene en cuenta, que este hombre tenía familia, y cuidaba de ella con mucho amor y abnegación. Ahora, la pregunta que se hace Hanna, y seguramente se hace el lector, es cómo pueden convivir el amor y la apatía, el cariño y el odio juntos? Es un gran misterio para muchos, pero hay quienes aseguran que poco a poco el cáncer de la apatía y la indiferencia va germinando más y más para formar un “corazón de piedra”.


En la Biblia se asegura en muchos versos, que tiene mayor responsabilidad aquel que sabiendo lo que es bueno hace lo malo, que aquel que hace lo malo sin saber. Por lo general, a los seres humanos nos gusta todo lo prohibido, todo lo malo , y todo aquello que implique esquivar una ley o un reglamento. Cuando mantenemos una actitud constante sobre algo que desde un primer momento sabemos y reconocemos que no está bien, poco a poco se irá perdiendo nuestra conciencia, esa fiel amiga que nos indicaba al oído, con alitas de ángel (como en las comiquitas), lo que era bueno y lo que es malo. A medida que reincidimos adrede en una conducta negativa, por puro placer, y por vanalidad y orgullo propio, vamos fortaleciendo los músculos de aquel angelito negro y de tridente que irá ganando terreno en nuestra nueva conciencia.


Esta conducta fue la que se generó de una manera agigantada en aquel general Nazi. Su mente comenzó a desarrollar un cáncer de vanalidad y apatía tal hacia los valores y principios que no tenía cura posible. Había llegado a un punto sin retorno. Como él, muchos venezolanos y latinoamericanos estamos sumidos en ese proceso enfermizo de la apatía y la indiferencia, que puede que no ha calado tan fuerte como lo hiciese con aquel general de mediados de siglo XX, pero sin duda, este cáncer afecta de manera brutal las bases y principios de una sociedad que debería preocuparse por el más mínimo delito y cifra roja de deceso, y no tomar esas estadísticas de guerra como algo “rutinario” y “normal”.

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