miércoles, 31 de octubre de 2007

Una cuestión de cultura

Por Isaac López









Muchas personas deambulan de un lado para otro en busca de respuestas. Al transitar por las calles capitalinas, en su mayoría el panorama siempre obedece a una misma tónica: los huecos en las calles, los buhoneros con sus tarantines vendiendo sus productos y los montones de basura impregnando con su particular aroma muchas de las esquinas caraqueñas.

Por otra parte, muchas son las unidades de transporte público que hacen caso omiso de las leyes y medidas que deberían acatar a la hora de prestar su servicio. Muchas de estas unidades no cuentan con la permisología necesaria y sus particulares “chimeneas” en vez de estar reguladas como en cualquier otro país del mundo, en este compiten por parecerse a unos ferrocarriles antiguos. ¿Será acaso que aquel que burle constantemente las leyes y el sistema de vida ideal se convierte en el héroe de una ciudad en caos ?. Ese tal vez sea el problema, y no uno más abstracto o infantil.


Por lo general lo que conlleva a que un país se le etiquete de subdesarrollado no es solamente su producto interno bruto, o la capacidad de competencia que a nivel mundial pueda tener esta nación con los grandes del mundo, como lo están haciendo actualmente Brasil y China. No, no pasa sólo por esa competencia de mercados que en los últimos años se ha desatado de una manera más intensa. La etiqueta de sub desarrollado denota un cierto grado de inferioridad, un nivel de madurez y liderazgo que no sólo portan a veces sus líderes sino que se convierte en una tendencia por no hablar de una pandemia general.


La actitud por decirlo así infantil de criticar y asignarles la culpa a las autoridades y establecer de buenas a primeras cargos y juicios de valor sin antes hacer una actitud reflexiva es un síntoma de una sociedad sub desarrollada que tiene este método como uno de sus preferidos para aliviar sus penas sociales y comunitarias. Es más fácil señalar que la culpa es del alcalde, del gobernante tal o cual, o del partido, que reconocer lo difícil que puede ser para algunos tirar la basura en su lugar y mantener un sector de actividad comercial limpio.



Cruzar una calle por el rayado y obedecer a la luz roja se ha convertido en una actividad que para estos seres raya en lo ridículo y su día a día se basa en sortear cada una de estas básicas y fundamentales reglas de convivencia ciudadana. Para ellos, el burlar las normas del municipio o la ciudad es un arte en los que los motorizados también se han vuelto unos expertos.


Y es que mucho se ha hablado de problemas en los que alcaldes y gobernadores llevan años y años tratando de eliminar o reducir en gran parte como la basura y los accidentes de tránsito. Pero muchos de estos males todavía siguen haciendo de las suyas en una ciudad en la que la anarquía y el caos florecen sin piedad en las “horas pico”.


Problemas de gestión municipal, corrupción, burocracia, entre otros, son las causas que muchos atribuyen por lo general a la desidia y el abandono en que vive sumergida la ciudad, pero son muy pocos los que se detienen a pensar y a cambiar su actitud hacia la cuna del Libertador.


Sin duda, es una cuestión de actitud, una decisión que debe originarse de manera individual y que debe permanecer siempre en cada ciudadano, en cada habitante que como Caracas padezca no sólo estos males citadinos, sino que sea víctima de esta falta de conciencia y ciudadanía tan marcada, en donde el irrespeto a la ley y a las normas de limpieza se ha vuelto cotidiano.


No existen soluciones muy rebuscadas para este problema que puede parecer colosal y de mucha planificación y estructura. Esta situación social no pasa por concederle un nuevo y mejor contrato a una empresa recolectora de basura, o en colocar semáforos inteligentes en cada esquina de la capital.


La Gran solución para Caracas y otras ciudades del mundo con este tipo de problemas pasa primero por una profunda concientización y madurez de sus ciudadanos, pues todo radica en

… “ una cuestión de cultura”